
“No les demos la satisfacción a estos miserables de vivir con miedo,
porque es lo que quieren, que vivamos con miedo.”
Era una tarde cualquiera, de finales de primavera. Jaime estaba muy nervioso, no había estudiado lo suficiente y sabía que iba a suspender ese examen, su último examen. Carlos y Andrés, en cambio, habían estado repasando durante toda la mañana. Se lo sabían todo sobre la Ginecología y estaban seguros de que iban a aprobar ese examen. El último examen. Cuando todos estuvieron preparados, salieron de casa y partieron hacia la boca del metro.
Hacía un bochorno horroroso; el típico del clima seco de Madrid. Pero esa tarde una brisa celestial calmaba el calor insoportable. Luis había quedado con Eva, su novia desde hacía cuatro años, en el Templo de Debod. Estaba convencido de lo que esa tarde iba a hacer: le iba a pedir a Eva que se casase con él. Decidido, y vestido con sus mejores galas, salió a la calle, dirigiéndose hacia la boca del metro.
Pilar salía eufórica del Hospital de La Paz. Los resultados confirmaban que su cáncer de mama, que la llevaba por el camino de la amargura desde hacía un lustro, había llegado a su fin: estaba completamente curada. Volvía a ser feliz, no lo podía creer. Tan contenta como estaba, se dirigió hacia su casa a contar la noticia. ¡Cómo se iban a poner de contentos sus hijos y sus nietos de que nunca más volvería a quemar su piel con la radioterapia ni se iba a someter a más pruebas! Así que, radiante de felicidad, se dispuso a coger el metro que la iba a llevar hasta su domicilio.
El metro de la línea 2 había quedado parado en la estación de Sol, en la zona más céntrica de la ciudad. La hora punta vespertina parecía haber hecho mella en uno de los vagones y el conductor decidió parar para que los operarios lo repararan. Uno de ellos era Gonzalo, un veterano técnico al que le faltaba una semana para jubilarse. Toda una vida dedicada al ferrocarril. Gonzalo, experto en este tipo de situaciones, supo desde el primer momento dónde estaba el problema, y se dispuso, junto a su cuadrilla, a arreglarlo. Era un problema muy común, nada de lo que preocuparse. En unos diez minutos iba a estar solucionado.
El destino quiso que Carlos, Andrés y Jaime viajaran en ese metro. Sabían que no tenían tiempo que perder: el examen era a las siete, y no estaban dispuestos a llegar tarde. Así que Andrés sugirió coger un taxi para llegar a tiempo a la Universidad. Sin pensárselo, empezaron a caminar hacia la salida.
Justo en esa parada estaba Pilar, que se tenía que cambiar de la línea 2 a la 3 para llegar a su barrio, Legazpi. En sentido contrario, de la línea 3 a la 2, se cambiaba Luis para ir al encuentro con su amada. Todo parecía discurrir como siempre, como un día normal en la ciudad de Madrid.
Y de repente…un estruendo espantoso.
Jaime, Carlos y Andrés, aquellos jóvenes estudiantes de Medicina, no volvieron a pisar la Universidad, nunca pudieron realizar ese último examen del curso. Nunca pudieron pisar el Hospital como profesionales sanitarios. Eva nunca escuchó de los labios de Luis que ella era la mujer de su vida, y que estaba dispuesto a formar una familia con ella. Pilar no pudo comunicar a sus familiares que ya estaba recuperada de su enfermedad, y que estaba decidida a recuperar todo el tiempo desechado durante el tratamiento. Gonzalo no pudo disfrutar de sus “largas vacaciones” ganadas durante toda su vida trabajando como el que más. Todo se difuminó. Todo desapareció. Unos cobardes terroristas habían sembrado de terror los túneles de la estación de Sol. Y el destino quiso que nuestros protagonistas estuvieran ahí.
Aquellos miserables les robaron su vida, su libertad.
Evidentemente, este relato no es real, pero sí guarda similitud con los atentados ocurridos en los últimos tiempos en ciudades como Manchester, Londres, Paris o Dusseldorf, donde unos pocos individuos, todos pertenecientes al Estado Islámico, han perpetrado masacres de la población civil, con el único objetivo de desestabilizar la paz y la libertad que se respira (fruto del esfuerzo, durante décadas, de sus ciudadanos) en el mundo occidental.
Mi reflexión es que, por más que nos amenacen, por más que nos pongan bombas en los aeropuertos, en los trenes, en los metros, por más que nos pongan una pistola en la nuca o por más que nos corten el cuello, no debemos dejar de difundir y de practicar los valores que nos hemos dado entre todos. Son nuestra mejor arma. No les demos la satisfacción a estos miserables de vivir con miedo, porque es lo que quieren, que vivamos con miedo.
Dedicado a todos aquellos que en su día murieron por defender su libertad y la de los demás en cualquier parte del Mundo.
Salvador Moreno Sancho
President de Noves Generacions del Partit Popular de Son Servera
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