
A golpe de pluma tecnológica los medios de comunicación titular tras titular, con verdugos a cara descubierta, aniquilaban a verdad, fiabilidad, credibilidad, imparcialidad, moralidad…
Una escena de no sé qué película de Harry Potter se me quedó grabada en un rincón de la memoria; en ella a un barroco libro de Hogwards, no sé bien porqué maléfico hechizo, se le iban difuminando hasta borrarse todas y cada una de sus páginas, todas y cada una de sus palabras, bajo unos magníficos efectos de destellos tintineantes (un escritor imaginando que los textos de los libros se esfuman es genuino humor británico señora Rowling).
Todo ello retomó mi recuerdo en forma de sueño con algunas mundanas variaciones: el libro mágico de cuidado estilo se convirtió en un diccionario común de tapa blanda y de un idioma universal en él que sólo se difuminaban en el aire algunas de sus palabras, en medio de gritos de un dolor sordo, bajo la mirada indiferente y fría de unos, el cinismo de otros, el regocijo de algunos y mi estupefacta impotencia. No daba crédito. En casi medio siglo de vida y en un cuarto de cultivo del criterio no podía imaginar (que sí soñar) algo parecido a tal irrealidad. A golpe de pluma tecnológica los medios de comunicación titular tras titular, con verdugos a cara descubierta, aniquilaban a verdad, fiabilidad, credibilidad, imparcialidad, moralidad…
Desde sus cómodos asientos, políticos de toda índole y calaña, a ritmo de disciplina de partido y euros de cualquier color, con una dosis letal de soberbia y cinismo a partes iguales, erradicaban a lealtad, compromiso, ideales, ética, democracia, deber, valor, coherencia…
Y del resto de mortales, supuestamente pensantes y autoproclamados portadores de la verdad absoluta, emanaba un conjuro con litros de inconsciencia, banalidad e ignorancia de garrafón, con el que acababan con respeto, tolerancia, amor, educación, sensatez, tolerancia, empatía, conciencia, perdón… anunciando su hazaña en las redes sociales, que se hacían eco en un gigantesco efecto dominó compartiendo el fenómeno, rasgando sus vestiduras en pro de falsas verdades y editando con absurda vanagloria, en cuadros de ridículos colores, la exaltación de egoísmo, demagogia, intolerancia, abuso, corrupción, cobardía, mentira, odio, rencor…
Busqué a mi alrededor la piedra filosofal que consiguiera acabar con ese conjuro y bloqueara la vorágine descontrolada de acciones devastadoras cuando sonó la trompeta mágica anunciante de la llegada del ejército vencedor al galope en sus escobas voladoras dispuestas a barrer el caos. Triunfante sonó, el hoy no maldito, despertador.
Respiré hondo. Amanecieron mis sentidos, el común estaba perezoso, difuminándose la angustia entre vapores de cafetera.
Quizás anoche no debí tomar la segunda copa de tinto.Todo había sido una terrible pesadilla.
Acompañaba mi café con los titulares del periódico y las redes tintineantes abriéndose paso en mi smartphone. La realidad me gritaba: Voldemort ha vuelto.
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